La Espuma | Page 9

D. Armando Palacio Valdés
con desembarazo a todos, apret��ndoles la mano con leve sacudida y acerc��ndola al pecho, del modo extravagante que se hace algunos a?os entre los pisaverdes madrile?os. En cuanto ��l entr�� esparci��se por la habitaci��n un perfume penetrante.
--?Jes��s, qu�� peste!-exclam�� por lo bajo Pepa Fr��as despu��s de darle la mano-. ?Qu�� afeminado es este Ramoncito!
--?Hola, barbi��n!-dijo el joven tomando de la barba con gran familiaridad a Pinedo-. ?Qu�� te has hecho ayer? Pepe Castro ha preguntado por ti....
--?Ha preguntado por m�� Pepe Castro? ?Tanto honor me confunde!
Causaba cierta sorpresa ver a Maldonado tutear a un hombre ya entrado en a?os y de venerable aspecto. Todos los mozalbetes del Club de los Salvajes hac��an lo mismo, sin que Pinedo se diese por ofendido.
--Ah�� tienes a Mariana--sigui�� ��ste--que acaba de hablar perrer��as de ti, y con raz��n.
--?Pues?
--No haga usted caso, Ramoncito--exclam�� la se?ora de Calder��n asustada.
--Y Pepa tambi��n.
--?Usted, Pepa?-pregunt�� el mancebo queriendo demostrar desembarazo, pero inquieto en realidad, porque la de Fr��as era con raz��n temida.
--Yo, s��. Vamos a cuentas, Ramoncito, ?qu�� se propone usted echando sobre s�� tanto perfume? ?Es que pretende usted seducirnos a todas por el ��rgano del olfato?
--Por cualquier ��rgano me agradar��a seducir a usted, Pepa. La tertulia celebr�� la respuesta. Se oy�� una espont��nea carcajada. Pacita la hab��a soltado. Su mam�� se mordi�� los labios de ira y encarg�� a la hija que ten��a m��s cerca que hiciese presente a la otra, para que a su vez lo comunicase a la menor, que era una desvergonzada y que en llegando a casa se ver��an las caras.
--?Hombre, bien! choque usted--exclam�� la de Fr��as, dando la mano a Ramoncito-. Es la ��nica frase regular que le he o��do en mi vida. Generalmente no dice usted m��s que tonter��as.
--Muchas gracias.
--No hay de qu��.
--Ya hemos le��do la pregunta que usted hizo en el Ayuntamiento, Ramoncito--dijo la se?ora de Calder��n, mostr��ndose amable para desvirtuar la acusaci��n de Pinedo.
--?Ps! cuatro palabrejas.
--Por ah�� se empieza, joven--manifest�� Calder��n con acento Protector.
--No; no se empieza por ah��--dijo gravemente Pinedo--. Se empieza por rumores. Luego vienen las interrupciones.... (?Es inexacto! ?Pru��bemelo su se?or��a! La culpa es de los amigos de su se?or��a.) En seguida llegan los ruegos y las preguntas. Despu��s la explicaci��n de un voto particular o la defensa de una proposici��n incidental. Por ��ltimo, la intervenci��n en los grandes debates econ��micos.... Pues bien. Ram��n se encuentra ya en la tercer categor��a, en la de los ruegos.
--Gracias, Pinedito, gracias--respondi�� el joven algo amoscado--.Pues ya que he llegado a esa categor��a, te ruego que no seas tan guas��n.
--?Hombre, tampoco est�� mal eso!--exclam�� Pepa Fr��as con asombro--. Ramoncito, va usted echando ingenio.
El joven concejal fu�� a sentarse entre la ni?a de la casa y la menor de Alcudia, que se apartaron de mala gana para dejarle introducir su silla. Este Maldonado, muchacho de buena familia, no enteramente desprovisto de bienes de fortuna y elegido recientemente concejal por la Inclusa, dirig��a desde hace alg��n tiempo sus obsequios a la ni?a de Calder��n. Era un matrimonio bastante proporcionado, al decir de los amigos. Esperanza ser��a m��s rica que Ramoncito, porque la hacienda de D. Juli��n era s��lida y considerable; pero aqu��l, que tampoco estaba en la calle, ten��a ya comenzada con buenos auspicios su carrera pol��tica. Los padres de la chica ni se opon��an ni alentaban sus pretensiones. Con el aplomo y la superioridad que da el dinero, Calder��n apenas fijaba la atenci��n en qui��n requer��a de amores a su hija, abrigando la seguridad de que no le faltar��an buenos partidos cuando quisiera casarla. Y en efecto, cinco o seis pollastres de lo m��s elegante y perfilado de la sociedad madrile?a zumbaban en los paseos, en las tertulias y en el teatro Real alrededor de la rica heredera, como z��nganos en torno de una colmena. Ramoncito ten��a varios rivales, algunos de consideraci��n. No era lo peor esto, sino que la ni?a, tan apagada de genio, tan t��mida y silenciosa ordinariamente, s��lo con ��l era atrevida y desenfadada, autoriz��ndose bromitas m��s o menos inocentes, respuestas y gestos bruscos que mostraban bien claro que no le tomaba en serio. Por eso le dec��a a menudo Pepe Castro, su amigo y confidente, que se hiciese valer un poco m��s; que no se manifestase tan rendido ni ansioso; que a las mujeres hay que tratarlas con un poco de desd��n.
Este Pepe Castro no s��lo era el amigo y el confidente de Maldonado, pero tambi��n su modelo en todos los actos de la vida social y privada. Los juicios que pronunciaba acerca de las personas, los caballos, la pol��tica (de esto hablaba pocas veces), las camisas y los bastones eran axiomas incontrovertibles para el joven concejal. Imit��bale en el vestir, en el andar, en el reir. Si el otro compraba una jaca espa?ola cruzada, ya estaba Ramoncito vendiendo la suya inglesa para adquirir otra parecida; si
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