los peri��dicos, unido a esos metinges en los que se pide el reparto de todo, la muerte de la religi��n y la familia, y qu�� s�� yo cu��ntos disparates m��s. El _compa?ero_ Luna ha dicho esto, el _compa?ero_ Luna ha hecho lo otro; y yo ocultaba a la gente de la casa que el tal _compa?ero_ fueses t��, adivinando que tantas locuras acabar��an mal, forzosamente mal.... Despu��s... despu��s vino lo de las bombas.
--Nada tuve que ver en ello--dijo Gabriel con voz triste--. Yo soy un te��rico: abomino de la acci��n, por prematura e ineficaz.
--Lo s��, Gabriel. Siempre te cre�� inocente. ?T�� tan bueno, tan dulce, que de peque?o nos asombrabas a todos con tu bondad; t�� que ibas para santo, como dec��a nuestra pobre madre!, ?matar t��! ?Y tan traidoramente, por medio de artefactos del infierno...! ?Jes��s!
Y el Vara de palo call��, como aterrado por ��l recuerdo de los atentados en que hab��an envuelto a su hermano.
--Pero lo cierto fue--continu�� al poco rato--que ca��ste en la redada que dio el gobierno al ocurrir aquellos sucesos. ?Lo que yo sufr�� una temporada! De vez en cuando fusilamientos en el foso del castillo que hay all��, y yo buscaba ansioso en los papeles los nombres de los sentenciados, siempre esperando encontrar el tuyo. Corr��an rumores de tormentos horribles que se hac��an sufrir a los presos para que cantasen la verdad, y pensaba en t�� tan delicado, tan poquita cosa, creyendo que cualquier ma?ana te encontrar��an muerto en el calabozo. Y a��n sufr��a m��s por mi empe?o de que aqu�� no se conociese tu situaci��n. ?Un Luna, el hijo del se?or Esteban, el antiguo jardinero de la Primada, con el que conversaban los can��nigos y hasta los arzobispos... mezclado entre la gentuza infernal que quiere destruir el mundo...! Por esto, cuando Eusebio el Azul y otros chismosillos de la casa me preguntaban si podr��as ser t�� el Luna de que hablaban los peri��dicos, yo dec��a que mi hermano estaba en Am��rica y que me escrib��as de tarde en tarde, por andar ocupado en grandes negocios. ?Ya ves qu�� dolor! Esperar que te matasen de un momento a otro, y no poder hablar, no poder quejarse, comunicando la pena ni aun a los de la familia... ?Lo que yo he rezado ah�� dentro...! Acostumbrados los de la casa a ver todos los d��as a Dios y los santos, somos algo duros y pecadores; pero la desgracia ablanda el alma, y yo me dirig�� a la que todo lo puede, a nuestra patrona la Virgen del Sagrario, pidi��ndola que se acordase de ti, ya que ibas de ni?o a arrodillarte ante su capilla, cuando te preparabas para entrar en el Seminario.
Gabriel sonri�� con dulzura, como admirando la simplicidad de su hermano.
--No r��as, te lo ruego: me hace da?o tu risa. La excelsa Se?ora lo hizo todo en favor tuyo. Meses despu��s supe que a ti y a otros os hab��an metido en un barco, con orden de no volver m��s a Espa?a, y... hasta la hora presente. Ni una carta, ni una noticia buena o mala. Te cre��a muerto, Gabriel, en esas tierras lejanas, y m��s de una vez he rezado por tu pobre alma, que bien lo necesita.
El _compa?ero_ mostraba en sus ojos el agradecimiento por estas palabras.
--Gracias, Esteban. Admiro tu fe, pero cree que no he salido tan bien como te imaginas de aquella aventura sombr��a. Mejor hubiese sido morir. La aureola del martirio vale m��s que entrar en un calabozo siendo un hombre y salir hecho un pingajo.
Estoy muy enfermo, Esteban: mi sentencia de muerte es irrevocable. No tengo est��mago, mis pulmones est��n deshechos, este cuerpo que ves es una m��quina desvencijada que apenas si funciona, y cruje por todos lados como si las piezas fuesen a separarse y a caer cada una por su lado. La Virgen que me salv�� por tu recomendaci��n bien pod��a haber intercedido algo m��s en favor m��o, ablandando a mis guardianes. Los infelices cre��an salvar al mundo dando suelta a los instintos de bestia que duermen en nosotros como restos del pasado... Despu��s, en plena libertad, la vida ha sido m��s dolorosa que la muerte. Al volver a Espa?a, empujado por la miseria y las persecuciones, mi existencia ha sido un infierno. No he podido parar en ning��n sitio donde se re��nen hombres. Me acosan como perros; quieren que viva fuera de las ciudades; me acorralan, empuj��ndome hacia el monte, hacia el desierto, donde no existen seres humanos. Parece que soy un hombre temible, m��s temible que los desesperados que arrojan bombas, porque hablo, porque llevo en m�� una fuerza irresistible que me hace propagar la Verdad apenas me veo en presencia de dos desgraciados.... Pero esto se acab��. Puedes tranquilizarte, hermano. Soy hombre muerto; mi misi��n toc�� a su fin; pero detr��s de m�� vendr��n
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