el tren de la ma?ana.
Gabriel se mantenía cerca de la puerta, sabiendo que por ella entraban los que vivían en el claustro alto. Atravesaban el arco del Arzobispo, y siguiendo la escalera abierta en el palacio, bajaban a la calle, entrando en la catedral por la puerta del Mollete. Luna, que conocía toda la historia del famoso templo, recordaba el origen del nombre de la puerta. Primitivamente se llamó de la Justicia, porque en ella daba audiencias el vicario general del Arzobispado. Luego la llamaron del Mollete, porque todos los días, después de la misa mayor, el preste, con acólitos y pertigueros, se presentaba en ella a bendecir los panes de media libra o molletes que se repartían entre los pobres. Seiscientas fanegas de trigo--según recordaba Luna--se gastaban todos los a?os en esta limosna: pero era en los tiempos que la catedral cobraba todos los a?os más de once millones de renta.
Molestaban a Gabriel las miradas curiosas de los clérigos y beatas que entraban en la iglesia. Eran gentes acostumbradas a verse todos los días, siempre las mismas, a idéntica hora, y sentían revuelta su curiosidad cuando un rostro extra?o alteraba la monotonía de su existencia.
Retirábase hacia el fondo del claustro, cuando algunas palabras de los mendigos le hicieron retroceder.
--Ahí viene el Vara de palo viejo.
--?Buenos días, se?or Esteban!
Un hombre peque?o, vestido de negro y rasurado como un clérigo, bajó los pelda?os.
--?Esteban...! ?Esteban...!--dijo Luna interponiéndose entre él y la puerta de la Presentación.
El Vara de palo le miró con sus ojos claros que parecían de ámbar: unos ojos pasivos, de hombre acostumbrado a permanecer largas horas en la catedral sin que la más leve rebeldía de pensamiento llegase a turbar su inmovilidad beatífica. Dudó largo rato, como si no pudiese creer en la remota semejanza de aquella cara pálida y descarnada con otra que existía en su memoria; pero al fin se convenció de la identidad con dolorosa sorpresa.
--?Gabriel...!, ?hermano mío! Pero ?eres tú?
Y su rostro rígido de servidor del templo, que parecía haber tomado la inmovilidad de las pilastras y las estatuas, se animó con una sonrisa cari?osa.
Los dos, estrechándose las manos, se alejaron por el claustro.
?Cuándo has venido...? Pero ?en dónde has estado...? ?Qué vida es la tuya? ?A qué vienes?
El Vara de palo expresaba su sorpresa con incesantes preguntas, sin dar tiempo a que su hermano las contestase.
Gabriel explicó su llegada en la noche anterior; su permanencia ante la iglesia desde antes de amanecer, esperando el momento de ver a su hermano.
--Ahora vengo de Madrid; pero antes he estado en muchos sitios: en Inglaterra, en Francia, en Bélgica, ?quién sabe dónde? He rodado de un pueblo a otro, siempre luchando con el hambre y con la crueldad de los hombres. Me siguen los pasos la miseria y la policía. Cuando me detengo, anonadado por esta existencia de Judío Errante, la Justicia, en nombre del miedo, me grita que ande, y vuelvo a emprender la marcha. Soy un hombre temible, así como me ves, Esteban: enfermo, con el cuerpo arruinado antes de la vejez y la certeza de morir muy pronto. Ayer mismo, en Madrid, me dijeron que iría de nuevo a la cárcel si prolongaba allí mi estancia, y por la tarde tomé el tren. ?Dónde ir? El mundo es grande; mas para mí y otros rebeldes como yo se achica, se comprime, hasta no dejar un palmo de terreno en que poner los pies. En la tierra sólo me quedas tú y este rincón tranquilo y silencioso donde vives feliz. En tu busca vengo; si me rechazas, no me queda más sitio para morir que la cárcel o un hospital, si es que quieren recibirme en él al conocer mi nombre.
Y Gabriel, fatigado por sus palabras, tosía dolorosamente, resonando su pecho como si el aire se deslizase por tortuosas cavernas. Se expresaba con vehemencia, moviendo instintivamente los brazos, como hombre habituado de larga fecha a hablar en público, ardiendo con la llama del proselitismo.
--?Ah, hermano... hermano!--dijo Esteban con expresión de cari?oso reproche--. ?De qué te ha servido tanto leer periódicos y libros? ?Para qué ese deseo de arreglar lo que está bien, o si está mal no tiene arreglo posible...? De seguir tranquilamente tu camino, serías beneficiado de la catedral, y ?quién sabe si te sentarías en el coro, entre los canónigos, para honra y amparo de la familia...! Siempre tuviste mala cabeza, por lo mismo que eres el más listo de entre nosotros. ?Maldito talento que a tales miserias conduce...! ?Lo que yo he sufrido, hermano, enterándome de tus cosas! ?Cuántas amarguras desde la última vez que pasaste por aquí! Te creía contento y feliz en la imprenta de Barcelona, corrigiendo libros, con aquel sueldazo que era una fortuna comparado con lo que aquí ganamos. Algo me escamaba leer tu nombre con tanta frecuencia en
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