gorriones, y de un brinco se plantaba sobre el lomo del mulo m��s resabiado o del potro m��s cerril. Y no a horcajadas, porque esto no lo consent��a su decoro y su est��tica natural e inconsciente, sino sentada, lo cual es m��s dif��cil; hac��a trotar y galopar a la bestia, espole��ndola con los talones o azot��ndola con el extremo del ronzal o de la j��quima, cuando la ten��a y no iba a pelo, sin brida ni rienda de ninguna clase.
Los primeros a?os de la mocedad de Juanita hab��an sido dificultosos, porque su madre no hab��a alcanzado a��n la extraordinaria reputaci��n de que despu��s gozaba, no ten��a el bienestar y la riqueza de que ya hemos hablado.
Juanita no fue nunca a la miga, pero su madre le ense?�� a coser y a bordar primorosamente; y el maestro de escuela, que le tom�� mucho cari?o, la ense?�� a leer y a escribir gratis en sus ratos de ocio.
Desde que tuvo nueve a?os, Juanita fue de grande auxilio a su madre, que hasta mucho m��s tarde no se dio el lujo de tener una sirvienta.
Juanita barr��a y aljofifaba, fregaba los platos, enjalbegaba algunos cuartos y la fachada de la casa, que era la m��s limpia de la poblaci��n, y hasta agarraba su cantarillo e iba por agua a la milagrosa fuente del ejido, cuyo ca?o vert��a un chorro tan grueso como el brazo de un hombre robusto, siendo tal la abundancia del agua, que con ella se regaban much��simas huertas y se hac��an frondosos, amenos y deleitables los alrededores de Villalegre, contribuyendo no poco a que la villa mereciese este nombre.
El agua, adem��s, era exquisita por su transparencia y pureza, como filtrada por entre rocas de los cercanos cerros, y ten��a muy grato sabor y muy saludables condiciones. La gente del pueblo le atribu��a, por ��ltimo, algunas prodigiosas cualidades, calific��ndola de muy vinagreta y de muy triguera. Quer��a significar con esto que el arriero que compraba en Villalegre vinagre de yema, por lo com��n muy fuerte, llenaba s��lo dos tercios de la cavidad de la corambre, y la acababa de llenar por la ma?ana temprano, antes de emprender su viaje, mitigando y suavizando con el agua de la fuente la fortaleza y acritud del l��quido, y gan��ndose as��, desde luego, un treinta y tres por ciento, aunque vendiese el vinagre al mismo precio en que lo hab��a comprado.
Era tambi��n triguera el agua de la fuente, porque sus raras cualidades consent��an, aunque era dif��cil operaci��n y que deb��a hacerse con gran sigilo, que vali��ndose de una escoba de palma enana, se rociase con ella el trigo que se iba a vender, dej��ndolo expuesto al sol para que se secase. As�� el trigo recib��a mejor sabor, y aunque por fuera quedaba seco, guardaba por dentro algo del l��quido, y se esponjaba y crec��a en peso y en volumen.
Todav��a esta fuente ten��a otro m��rito y prestaba otro notable servicio, porque, adem��s de un gran pilar en que iban a beber y beb��an todas las bestias de carga y de labor y los toros, vacas y bueyes, y adem��s de otro pilar bajo, que sol��a ser abrevadero del ganado lanar y de cerda, llenaba con sus cristalinas ondas un espacioso alberc��n cercado de muros que lo ocultaban a la vista de los transe��ntes, adonde iban las mujeres a lavar la ropa, remangadas las enaguas hasta los muslos y metidas en el agua hasta la rodilla, como por all�� es uso, aun en el rigor del invierno. Frondosos y gigantescos ��lamos negros y pinos y mimbreras circundan la fuente y hacen aquel sitio umbr��o y deleitoso. Al pie de los mejores ��rboles hay poyos hechos de piedra y de barro y cubiertos de losas, en los cuales suelen sentarse los caballeros y las se?oras que salen de paseo. Casi todas las tardes se arma all�� tertulia y grata conversaci��n, siendo los m��s constantes el escribano, el boticario, nuestro don Paco y el se?or cura, quien al toque de oraciones recita el Angelus Domini, al que responden todos quit��ndose el sombrero y santigu��ndose y persign��ndose.
En torno del pilar charlan las mozas que vienen por agua, cada cual con su cantarillo, y suelen hacer el papel de Rebecas con cuantos arrieros Eliezeres acuden all�� para que beban, si no sus camellos, sus mu��as y sus borricos. Tambi��n al lado y dentro del alberc��n, y a poca distancia de ��l, donde hay un vallado o seto vivo de zarzamoras, granados y madreselvas, que limita y defiende las huertas, y sobre el cual seto se pone a secar la ropa lavada, se extiende y dilata la tertulia democr��tica y popular con mucha charla, risotadas, jaleos y retozos, pues no faltan nunca zagalones y hasta hombres ya maduros que acuden por all�� atra��dos por las muchachas, como acuden los gorriones al trigo.
V
Juana la
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