practicó, y no permitia que nadie entrase, llevándose los dias y las noches contemplando los restos del ídolo de su amor.[*] Ninguna clase de ruegos la hacian desistir de alejarse del cadáver. En vano eran las amonestaciones del cardenal Cisneros; inútiles tambien las de las damas y principales personajes, advirtiéndole la necesidad de ocuparse de los negocios del reino. Cerróse por dentro de la habitacion y mandó hacer una ventanita para que por alli pudiesen mandarla algunos alimentos.
[*Véase el grabado que vá al frente de esta historia.]
Muchas veces iban los grandes á hacerla saber la alteracion en que se hallaba Espa?a, y contestaba que si su hijo estaba en disposicion, viniese á gobernarla, y que si no, su padre; que ella tenia otros deberes mas sagrados que cumplir como viuda.
Varios de los personajes creian, al oirla hablar con cordura algunas veces, si la querida de su esposo habria usado de algunos maleficios para hacerla padecer tan terriblemente. ?Qué credulidad la de aquella época! No trascurrió mucho tiempo sin que á la misma reina Do?a Juana le pareciera insoportable aquella existencia; y poco despues llamó al cardenal Cisneros, haciéndole saber que no podia vivir por mas tiempo en la capital donde habia muerto su marido; pero el cardenal queria suspender por entonces su determinacion, á causa de hallarse en un estado avanzado de pre?ez; mas como la voluntad de Do?a Juana fue siempre decidida, no se atrevio á oponerse á su mandato. Se trasladó la córte á Valladolid, por órden espresa de la reina.
Haciendo jornadas muy cortas salió de Burgos el 20 de diciembre de 1506, acompa?ada de un crecido número de vasallos con hachas encendidas, muchos frailes franciscanos tambien con luces, el prior de la cartuja y algunos monges que decian misas diarias por el alma del soberano, cuya caja iba en medio de esta fúnebre comitiva, seguida del coche de la desdichada Do?a Juana y de las damas y caballeros de su palacio. De esta manera marcharon hasta llegar á Torquemada, donde la reina no quiso pasar adelante, alojándose en casa de un clérigo, y esponiendo que el estado de su salud no la permitia seguir. El 14 de enero de 1507 parió en este pueblo á la infanta Do?a Catalina.
Triste y desconsolador fue este a?o para Espa?a. A consecuencia de una miseria y escasez grandes, se desarrolló una peste que causó innumerables estragos. ?Y se creerá que á pesar de ser el pueblo de Torquemada uno de los mas invadidos por la epidemia, no bastasen los ruegos del cardenal á que continuara la reina su camino? Muchas y muy reiteradas fueron las instancias que á este le costó, hasta lograr que á fines de abril se volviese á emprender la marcha con el mismo aparato que al principio; pero pronto se cansó de viajar. Al llegar á Hornillos distante dos leguas de Torquemada, quiso fijar su residencia en él, esponiendo viviria con mas comodidad que en una grande poblacion. De manera que volvió á encerrarse en este peque?o pueblo con el inanimado cuerpo de su esposo, no cesando de hablarle, ya con cari?o, ya con quejas, ya con reconvenciones, que aumentaban mas su incurable locura.
Todo seguia de este modo, hasta que la dieron noticias de la venida de su padre á Espa?a. Esta noticia la recibió con gran placer, porque al momento manifestó deseos de salir á encontrarse con D. Fernando, en Castilla, advirtierdo que habia de ser en cortas jornadas y con el mismo cortejo fúnebre. Inútilmente se cansaba el regente del reino, arzobispo de Toledo, para hacerla viajar de dia, sin el cuerpo de su esposo; todo era en vano: de suerte que no habia otro recurso que repetir todas las noches el entierro. Asi caminaron hasta entrar en Tórtoles, poblacion donde tuvo su padre el gusto de abrazarla. Pero cuál fue la sorpresa de D. Fernando al encontrar á su hija mas querida en aquella situacion; aquellos ojos desencajados, aquel rostro cadavérico, y aquella errante mirada! Cuando se le venia á la memoria lo que habia sido causa de que su hija estuviera en aquel estado, la pena lo ahogaba, y gruesas lágrimas surcaban sus mejillas. Do?a Juana estaba inmóvil: Llorais, padre de mi corazon? le dijo: vuestra hija no puede ya imitaros. Cuando sorprendí á la querida de mi esposo, se me agotaron las lágrimas. ?Considerad cuál seria mi tristeza!
Do?a Juana habia llegado al último grado de locura, estaba enteramente loca; mas sin embargo era la reina propietaria de Espa?a y su nombre y consentimiento eran necesarios para dar algun carácter á los actos del gobierno. Esta consideracion movió al rey Católico á entrar en algunas consultas con su hija para el mejor arreglo de los negocios y volver otra vez á gobernar los dominios de Espa?a. Do?a Juana, por su parte, admitió sin
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