Genio y figura

Juan Valera
Genio y figura, by Juan Valera

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Title: Genio y figura
Author: Juan Valera
Release Date: December 16, 2005 [EBook #17317]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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FIGURA ***

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Genio y figura
Por
Juan Valera
Librería de Fernando Fé

Madrid
1897
Medio de fonte leporum Surgit amari aliquid, quod in ipsis floribus
augat.
(Lucretii. De nat. rer. libr. IV).

-I-
En tres distintas y muy apartadas épocas de mi vida, peregrinando yo
por diversos países de Europa y América, o residiendo en las capitales,
he tratado al vizconde de Goivo-Formoso, diplomático portugués, con
quien he tenido amistad afectuosa y constante. En nuestras
conversaciones, cuando estábamos en el mismo punto, y por cartas,
cuando estábamos en punto distinto, discutíamos no poco, sosteniendo
las más opuestas opiniones, lo cual, lejos de desatar los lazos de nuestra
amistad, contribuía a estrecharlos, porque siempre teníamos qué
decirnos, y nuestras conversaciones y disputas nos parecían animadas y
amenas.
Firme creyente yo en el libre albedrío, aseguraba que todo ser humano,
ya por naturaleza, ya por gracia, que Dios le concede si de ella se hace
merecedor, puede vencer las más perversas inclinaciones, domar el
carácter más avieso y no incurrir ni en falta ni en pecado. El Vizconde,
por el contrario, lo explicaba todo por el determinismo; aseguraba que
toda persona era como Dios o el diablo la había hecho, y que no había
poder en su alma para modificar su carácter y para que las acciones de
su vida no fuesen sin excepción efecto lógico e inevitable de ese
carácter mismo.
Los ejemplos, en mi sentir, nada prueban. De ningún caso particular
pueden inferirse reglas generales. Por esto creo yo que siempre es falsa
o es vana cualquier moraleja que de una novela, de un cuento o de una
historia se saca.

Mi amigo quería sacarla de los sucesos de la vida de cierta dama que
ambos hemos conocido y tratado con alguna intimidad, y quería probar
su tesis y la verdad trascendente del refrán que dice: genio y figura,
hasta la sepultura.
Yo no quiero probar nada, y menos aún dejarme convencer; pero la
vida, el carácter y los varios lances, acciones y pasiones de la persona
que mi amigo ponía como muestra son tan curiosos y singulares, que
me inspiran el deseo de relatarlos aquí, contándolos como quien cuenta
un cuento.
Voy, pues, a ver si los relato, y si consigo, no adoctrinar ni enseñar
nada, sino divertir algunos momentos o interesar a quien me lea.

-II-
Hace ya muchos años, el vizconde y yo, jóvenes entonces ambos,
vivíamos en la hermosa ciudad de Río de Janeiro, capital del Brasil, de
la que estábamos encantados y se nos antojaba un paraíso, a pesar de
ciertos inconvenientes, faltas y aun sobras.
La fiebre amarilla, recién establecida en aquellas regiones, solía
ensañarse con los forasteros.
Las baratas, que así llaman allí a ciertas asquerosas cucarachas con
alas, nos daban muchísimo asco, sobre todo en los instantes que
preceden a la lluvia, porque dichos animalitos buscan refugio en las
habitaciones, las invaden, cuajan el aire formando espesas nubes, se
posan en los muebles, en las manos y en las caras y esparcen un olor
empalagoso y algo nauseabundo.
Otros inconvenientes y sobras había también por allí, aunque no hablo
de ellos por no pecar de prolijo. Pero en cambio, ¡cuánta hermosura y
cuánta magnificencia! El Bósforo de Tracia, el risueño golfo de
Nápoles y la dilatada extensión del Tajo frente de Lisboa, son
mezquinos, feos y pobres, comparados con la gran bahía de Río
sembrada de islas fertilísimas siempre floridas y verdes, y cuyos

árboles llegan y se inclinan hasta el mar y bañan los frondosos ramos
en las ondas azules. Los bosques de naranjos y de limoneros, con fruto
y con flor a la vez, embalsaman el aire. Los pintados pajarillos, las
mariposas y las libélulas de resplandecientes colores esmaltan y alegran
el ambiente diáfano. Por la noche, el cielo parece más hondo que en
Europa, no negro sino azul, y todo él lleno de estrellas más luminosas y
grandes que las que se ven en nuestro hemisferio.
Confieso que es lástima que la vista de todo aquello no despierte en
nuestra alma recuerdos históricos muy ricos de poesía, y que las
montañas que circundan la bahía tengan nombres tan vulgares. No es
allí, por ejemplo, como en Nápoles y en sus alrededores, donde cada
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