acompa?ó á Areche en su marcha al Cuzco, y desde allí, mandando una de las seis columnas en que dividió sus fuerzas el general Valle, siguió la campa?a contra los indios, tomando gloriosa parte en muchas refriegas, sufriendo con firmeza las privaciones, las lluvias y los fríos en escabrosas alturas á la falda de los Andes, y no parando hasta que Tupac-Amaru quedó vencido y cayó prisionero.
Don Fadrique, con grande horror y disgusto, fué testigo ocular de los tremendos castigos que hizo nuestro Gobierno en los rebeldes. Pensaba él que las crueldades é infamias cometidas por los indios no justificaban las de un Gobierno culto y europeo. Era bajar al nivel de aquella gente semisalvaje. Así es que casi se arrepintió de haber contribuído al triunfo cuando vió en la plaza del Cuzco morir á Tupac-Amaru, después de un brutal martirio, que parecía invención de fieras y no de seres humanos.
Tupac-Amaru tuvo que presenciar la muerte de su mujer, de un hijo suyo y de otros deudos y amigos: á otro hijo suyo de diez a?os le condenaron á ver aquellos bárbaros suplicios de su padre y de su madre, y á él mismo le cortaron la lengua y le ataron luego por los cuatro remos á otros tantos caballos para que, saliendo á escape, le hiciesen pedazos. Los caballos, aunque espoleados duramente por los que los montaban, no tuvieron fuerza bastante para descuartizar al indio, y á éste, descoyuntado, después de tirar de él un rato en distintas direcciones, tuvieron que desatarle de los caballos y cortarle la cabeza.
á pesar de su optimismo, de su genio alegre y de su afición á tomar muchos sucesos por el lado cómico, D. Fadrique, no pudiendo hallar nada cómico en aquel suceso, cayó enfermo con fiebre y se desanimó mucho en su afición á la carrera militar.
Desde entonces se declaró más en él la manía de ser filántropo, especie de secularización de la caridad, que empezó á estar muy en moda en el siglo pasado.
La impiedad precoz de D. Fadrique vino á fundarse en razones y en discursos con el andar del tiempo y con la lectura de los malos libros que en aquella época se publicaban en Francia. El carácter burlón y regocijado de D. Fadrique se avenía mal con la misantropía tétrica de Rousseau. Voltaire, en cambio, le encantaba. Sus obras más impías parecíanle eco de su alma.
La filosofía de D. Fadrique era el sensualismo de Condillac, que él consideraba como el non plus ultra de la especulación humana.
En cuanto á la política, nuestro D. Fadrique era un liberal anacrónico en Espa?a. Por los a?os de 1783, cuando vió morir á Tupac-Amaru, era casi como un radical de ahora.
Todo esto se encadenaba y se fundaba en una teodicea algo confusa y somera, pero común entonces. D. Fadrique creía en Dios y se imaginaba que tenía ciencia de Dios, representándosele como inteligencia suprema y libre, que hizo el mundo porque quiso, y luego le ordenó y arregló según los más profundos principios de la mecánica y de la física. á pesar del Cándido, novela que le hacía llorar de risa, D. Fadrique era casi tan optimista como el Dr. Pangloss, y tenía por cierto que todo estaba divinamente bien y que nada podía estar mejor de lo que estaba. El mal le parecía un accidente, por más que á menudo se pasmase de que ocurriera con tanta frecuencia y de que fuera tan grande, y el bien le parecía lo substancial, positivo é importante que había en todo.
Sobre el espíritu y la materia, sobre la vida ultra-mundana y sobre la justificación de la Providencia, basada en compensaciones de eterna duración, D. Fadrique estaba muy dudoso; pero su optimismo era tal, que veía demostrada y hasta patente la bondad del cielo, sin salir de este mundo sublunar y de la vida que vivimos. Verdad es que para ello había adoptado una teoría, novísima entonces. Y decimos que la había adoptado, y no que la había inventado, porque no nos consta, aunque bien pudo ser que la inventase; ya que cuando llega el momento y suena la hora de que nazca una idea y de que se formule un sistema, la idea nace y el sistema se formula en mil cabezas á la vez, si bien la gloria de la invención se la lleva aquel que por escrito ó de palabra le expone con más claridad, precisión ó elegancia.
La idea, ó mejor dicho, la teoría novísima, tal como estaba en la mente de D. Fadrique, era en compendio la siguiente:
Entendía el filósofo de Villabermeja que había una ley providencial y eterna para la historia, tan indefectible como las leyes matemáticas, según las cuales giran en sus órbitas los astros. En virtud de esta ley, la humanidad iba adelantando siempre por un camino de
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