pocos a?os ha, en otro lugar cercano, que llamaremos Villafría, reservando para mayores cosas su verdadero nombre. Por lo demás, entre Villabermeja y Villafría no se da diferencia muy notable; pues, si bien Villabermeja posee un santo patrono más milagroso, Villafría goza de término más rico, de más población, de mejores casas, y de más pudientes hacendados.
Entre éstos descollaba el Sr. D. Acisclo, así llamado desde que cumplió cuarenta y cinco a?os, y que sucesivamente había sido antes, hasta la edad de veintiocho a treinta, Acisclillo y tío Acisclo después. El don vino y se antepuso, por último, al Acisclo, en virtud del tono y de la importancia que aquel se?or acertó a darse con los muchos dineros que honrada y laboriosamente había sabido adquirir.
Su buena fama trascendía por toda la provincia. No le estimaban sólo como a persona que tiene el ri?ón bien cubierto, y que no se dejaría ahorcar por dos o tres milloncejos de reales, sino que era preconizado como sujeto muy cabal, formalísimo en sus tratos y seguro hasta la pared de enfrente, y como tan recto, devoto de María Santísima y temeroso de Dios, que casi, casi estaba en olor de santidad, a pesar de las malas lenguas, que no faltan nunca.
Lo cierto es que D. Acisclo había sabido conciliar su medro con la probidad y la justicia. Había sido administrador del marqués de Villafría, durante veinte a?os lo menos, y se había compuesto de manera que todos los bienes del marquesado habían ido poco a poco pasando de las manos de su se?oría a sus manos más ágiles y guardosas.
Este pase o dislocación se había realizado natural y legítimamente. Don Acisclo no tenía culpa ninguna de que el marqués hubiese sido despilfarrado y perdulario; y más que por culpa podía y debía contarse por mérito que él fuese ingenioso, ahorrativo y aprovechadísimo.
Siempre se condujo con la mayor lealtad en la administración. El marqués de Villafría habitaba en Madrid, donde gastaba mucho. Tenía necesidad de dinero. Enviaba a pedir. No había. Y entonces se apelaba a varios recursos, de algunos de los cuales hablaré aquí en breves palabras.
Mandaba el marqués, que, para reunirle dos mil duros, se vendiese vino, aunque fuese malbaratándole: dando, por ejemplo, el fino y potable como de quema.
Don Acisclo era muy estrecho y escrupuloso de conciencia, y se ponía a buscar con afán a alguien que se llevase el vino por su justo valor; pero no le hallaba. Nadie daba por cada arroba sino seis o siete reales menos de lo que valía. Entonces D. Acisclo se sacrificaba; allegaba el dinero, se le enviaba al marqués, y tomaba el vino para sí por una peseta menos en cada arroba. De esta suerte ganaba él, haciendo ganar al marqués tres reales en arroba por la parte más corta. Luego echaba D. Acisclo en madera el mencionado vino, y al cabo de un a?o, le ponía tan exquisito, que vendía cada arroba por siete u ocho pesetas más de lo que le había costado.
En otras ocasiones, pedía el marqués, corriendo, mil duritos para salir de un apuro. ?Tómalos de un comerciante de Málaga--escribía a D. Acisclo--, prometiendo pagarlos en aceite dentro de dos meses, que será la cosecha?.
Don Acisclo buscaba al punto en Málaga comerciante que se allanase a dar el dinero, y resultaba que nadie quería darle sino cobrándose en aceite, dos meses o poco más después, y tomando la arroba de dicho líquido a dos reales menos del precio corriente. ésta era una usura monstruosa; era una usura de más del 30 por 100 al a?o. Don Acisclo se afligía, ponía el grito en el cielo, caía enfermo por la pesadumbre que le daban los apuros del marqués, y al fin reincidía en sacrificarse, tomando él mismo el líquido por un real menos de su precio corriente, y aprontando el dinero, del cual no venía a sacar sino a razón de 20 por 100 al a?o. Así hacía ganar al marqués otro 10 por 100.
Con el trigo sucedía lo propio. El marqués mandaba que le vendiesen el trigo dos o tres meses antes de la cosecha. No se hallaba quien le pagase con anticipación sino con tres reales de descuento por fanega. Entonces D. Acisclo proporcionaba el dinero, y se quedaba con el trigo por dos reales menos, pero haciendo ganar al marqués un real en fanega.
El marqués gustaba de tener una reata de ocho hermosos mulos, los cuales se hubieran comido una barbaridad de cebada, sin trabajar para el marqués sino cuatro meses a lo más cada a?o; pero D. Acisclo se servía de los mulos para los acarreos y tráficos, y así se ahorraba él de pagar mulero y mulos, y hacía que el marqués ahorrase sobre seis meses de piensos.
Las tierras del marqués estaban muy necesitadas de abono.
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