Doña Luz | Page 2

Juan Valera

devoto servidor y amigo,
JUAN VALERA.

-I-
El Marqués y su administrador
No todas las historias que yo refiero han de ocurrir en Villabermeja. Hoy he de contar
una muy interesante ocurrida, pocos años ha, en otro lugar cercano, que llamaremos
Villafría, reservando para mayores cosas su verdadero nombre. Por lo demás, entre
Villabermeja y Villafría no se da diferencia muy notable; pues, si bien Villabermeja
posee un santo patrono más milagroso, Villafría goza de término más rico, de más
población, de mejores casas, y de más pudientes hacendados.
Entre éstos descollaba el Sr. D. Acisclo, así llamado desde que cumplió cuarenta y cinco
años, y que sucesivamente había sido antes, hasta la edad de veintiocho a treinta,
Acisclillo y tío Acisclo después. El don vino y se antepuso, por último, al Acisclo, en
virtud del tono y de la importancia que aquel señor acertó a darse con los muchos dineros
que honrada y laboriosamente había sabido adquirir.
Su buena fama trascendía por toda la provincia. No le estimaban sólo como a persona que
tiene el riñón bien cubierto, y que no se dejaría ahorcar por dos o tres milloncejos de
reales, sino que era preconizado como sujeto muy cabal, formalísimo en sus tratos y
seguro hasta la pared de enfrente, y como tan recto, devoto de María Santísima y
temeroso de Dios, que casi, casi estaba en olor de santidad, a pesar de las malas lenguas,
que no faltan nunca.
Lo cierto es que D. Acisclo había sabido conciliar su medro con la probidad y la justicia.
Había sido administrador del marqués de Villafría, durante veinte años lo menos, y se
había compuesto de manera que todos los bienes del marquesado habían ido poco a poco
pasando de las manos de su señoría a sus manos más ágiles y guardosas.
Este pase o dislocación se había realizado natural y legítimamente. Don Acisclo no tenía
culpa ninguna de que el marqués hubiese sido despilfarrado y perdulario; y más que por
culpa podía y debía contarse por mérito que él fuese ingenioso, ahorrativo y
aprovechadísimo.
Siempre se condujo con la mayor lealtad en la administración. El marqués de Villafría

habitaba en Madrid, donde gastaba mucho. Tenía necesidad de dinero. Enviaba a pedir.
No había. Y entonces se apelaba a varios recursos, de algunos de los cuales hablaré aquí
en breves palabras.
Mandaba el marqués, que, para reunirle dos mil duros, se vendiese vino, aunque fuese
malbaratándole: dando, por ejemplo, el fino y potable como de quema.
Don Acisclo era muy estrecho y escrupuloso de conciencia, y se ponía a buscar con afán
a alguien que se llevase el vino por su justo valor; pero no le hallaba. Nadie daba por
cada arroba sino seis o siete reales menos de lo que valía. Entonces D. Acisclo se
sacrificaba; allegaba el dinero, se le enviaba al marqués, y tomaba el vino para sí por una
peseta menos en cada arroba. De esta suerte ganaba él, haciendo ganar al marqués tres
reales en arroba por la parte más corta. Luego echaba D. Acisclo en madera el
mencionado vino, y al cabo de un año, le ponía tan exquisito, que vendía cada arroba por
siete u ocho pesetas más de lo que le había costado.
En otras ocasiones, pedía el marqués, corriendo, mil duritos para salir de un apuro.
«Tómalos de un comerciante de Málaga--escribía a D. Acisclo--, prometiendo pagarlos
en aceite dentro de dos meses, que será la cosecha».
Don Acisclo buscaba al punto en Málaga comerciante que se allanase a dar el dinero, y
resultaba que nadie quería darle sino cobrándose en aceite, dos meses o poco más
después, y tomando la arroba de dicho líquido a dos reales menos del precio corriente.
Ésta era una usura monstruosa; era una usura de más del 30 por 100 al año. Don Acisclo
se afligía, ponía el grito en el cielo, caía enfermo por la pesadumbre que le daban los
apuros del marqués, y al fin reincidía en sacrificarse, tomando él mismo el líquido por un
real menos de su precio corriente, y aprontando el dinero, del cual no venía a sacar sino a
razón de 20 por 100 al año. Así hacía ganar al marqués otro 10 por 100.
Con el trigo sucedía lo propio. El marqués mandaba que le vendiesen el trigo dos o tres
meses antes de la cosecha. No se hallaba quien le pagase con anticipación sino con tres
reales de descuento por fanega. Entonces D. Acisclo proporcionaba el dinero, y se
quedaba con el trigo por dos reales menos, pero haciendo ganar al marqués un real en
fanega.
El marqués gustaba de tener una reata de ocho hermosos mulos, los cuales se hubieran
comido una barbaridad de cebada, sin trabajar para el marqués sino cuatro meses a lo más
cada
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