Clásicos Castellanos: Libro de Buen Amor | Page 9

Juan Ruiz
El añejo _mester de
clerecia_ se coloreó no poco con estas novedades, y a él pertenecen en el siglo XIV el
Rabí D. San Tob de Carrión y el Canciller Pero López de Ayala. No menos pertenece a él
nuestro Arcipreste por la intención moralizadora de su libro y por la doctrina y fábulas
orientales de que lo entreveró; pero no menos, antes mucho más, ha de tenerse por poeta
popular del mester de juglaria, como él mismo francamente lo proclama sin desdeñarse
por ello (c. 1633):
Señores, hevos servido con poca sabidoría:
Por vos dar solás a todos fablévos en
jograría.
Con estas palabras, y mucho más con su libro, sus cantares y "cántigas de dança e troteras,
para judíos e moros e para entendederas, para ciegos y escolares, para gente andariega" (c.
1513, 1514) alzó bandera revolucionaria en el campo de la literatura erudita, injertándole
la savia popular, la única que suele y puede engrandecerla. El fué quien enterró el mester
de clerezia, desgarrándose de la tradición latino-eclesiástica; él quien rompió todos los
moldes de erudiciones trasnochadas, de ritmos apesadumbrados y de entorpecidos
andares; él quien supo aprovechar como nadie en sus apólogos la manera pintoresca y
sentenciosa de la literatura oriental, harto mejor que en sus prosas D. Juan Manuel, su
contemporáneo; él quien dió vida a la sátira moral, harto mejor que el Canciller y el Rabí;
él quien llevó a la literatura castellana las cantigas, las villanescas y las serranillas
gallegas; él quien zanjó para siempre el realismo de nuestra literatura; él, en una palabra,
quien dió vida de un golpe y en un solo libro a la lírica, a la dramática, a la autobiografía
picaresca y, sobre todo, a la sátira en todos sus matices.
El Arcipreste de Hita no puede ser encasillado, como no pueden serlo los pocos altísimos
ingenios, que se levantan sobre la muchedumbre de los poetas y escritores comunes, por
sobresalientes que algunos de ellos sean. Fuelo, sin duda, el infante D. Juan Manuel, el
único cuya voz puede oírse mientras canta el de Hita; pero entre uno y otro hay un
abismo. Porque nuestro Arcipreste, no sólo es el primer poeta de su siglo, sino de toda la
Edad Media española, y fuera de España tan sólo el Dante puede con él emparejar.
¿Quién fué este hombre tan extraordinario? Fuera de lo que nos pueda decir su Libro de
Buen Amor no sabemos ni una palabra; y este libro es tan naturalmente artístico y tan
irónico y socarrón y en castellano tan viejo y poco conocido escrito, que él y su autor
siguen siendo hasta hoy una verdadera quisicosa, un enigma, aun para las personas más
doctas. Para Menéndez y Pelayo fué el Arcipreste "un clérigo libertino y tabernario"; para
Puymaigre, "un libre pensador, un enemigo de la Iglesia"; para José Amador de los Ríos,
por el contrario, fué "un severo moralista y clérigo ejemplar, que si es cierto que cuenta
de sí propio mil picardías, lo hace para ofrecerse como víctima expiatoria de los pecados
de su tiempo, acumulándolos sobre su inocente cabeza" (MENÉNDEZ Y PELAYO,

_Antología_, III, página LXII). Si con tan encontradas opiniones se juzga del hombre, de
esperar es que con las mismas se juzgue de su obra, que no ha faltado quien la llamase
nada menos que _Libro de alcahuetería_.
Bien es verdad que todos convienen en tenerle por extraordinario poeta. Pero, ¿puede ser
poeta tan extraordinario un hombre que va contra el sentir de toda la sociedad cristiana en
que vive, como lo supone Puymaigre? Los grandes poetas que conocemos sobresalieron
entre sus contemporáneos; pero fueron la voz de toda la sociedad en que vivían, y eso les
hizo ser grandes. ¿Puede ser extraordinario poeta un poeta "clérigo, libertino y tabernario;
un escolar nocherniego, gran frecuentador de tabernas; un clérigo de vida inhonesta y

anticanónica", como dice de él Menéndez y Pelayo? Yo concederé que entre tales
hombres pueda darse un poeta; jamás un extraordinario poeta. Los más encumbrados
pensamientos y los sentimientos más delicados no andan por las tabernas y lupanares. Si
alguien puede creer lo contrario, respeto su opinión; pero me guardo la mía en todo
contraria. Si otros creen que un desalmado sin conciencia y sin religión, en un siglo
religioso sobre todo, puede ser poeta excelso, de los de gran talla, de los pocos que se
levanten a lo más alto, como yo tengo fué el Arcipreste, tampoco me ofenderé; pero
seguiré creyendo que esos altísimos ingenios jamás se dieron sin una honda creencia
religiosa en el corazón, fuente la más pura y abundante de la sublime poesía. Pero todo
esto es opinar. Lo que en limpio de todo ello se saca es que el valer del Arcipreste y de su
libro sigue en balanzas, que el Libro de Buen Amor es
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