que ámbos hacian; vió clara y distintamente la razon suficiente del doctor, sus causas y efectos, y se volvió desasosegada y pensativa, preocupada del anhelo de adquirir ciencia, y figurándose que podía muy bien ser ella la razón suficiente de Candido, y ser este la suya.
De vuelta á la quinta encontró á Candido, y se abochornó, y Candido se puso también colorado. Saludóle Cunegunda con voz trémula, y correspondió Candido sin saber lo que se decia. El dia siguiente, despues de comer, al levantarse de la mesa, se encontraron detras de un biombo Candido y Cunegunda; esta dexó caer el pa?uelo, y Candido le alzó del suelo; ella le cogió la mano sin malicia, y sin malicia Candido estampó un beso en la de la ni?a, pero con tal gracia, tanta viveza, y tan tierno cari?o, qual no es ponderable; topáronse sus bocas, se inflamáron sus ojos, les tembláron las rodillas, y se les descarriáron las manos.... En esto estaban quando acertó á pasar por junto al biombo el se?or barón de Tunder-ten-tronck, y reparando en tal causa y tal efecto, sacó á Candido fuera de la quinta á patadas en el trasero. Desmayóse Cunegunda; y quando volvió en sí, le dió la se?ora baronesa una mano de azotes; y reynó la mayor consternación en la mas hermosa y deleytosa quinta de quantas ex?stir pueden.
CAPITULO II.
_De lo que sucedió á Candido con los Búlgaros._
Arrojado Candido del paraiso terrenal fué andando mucho tiempo sin saber adonde se encaminaba, lloroso, alzando los ojos al cielo, y volviéndolos una y mil veces á la quinta que la mas linda de las baronesitas encerraba; al fin se acostó sin cenar, en mitad del campo entre dos surcos. Caía la nieve á chaparrones, y al otro dia Candido arrecido llegó arrastrando como pudo al pueblo inmediato llamado Valdberghof-trabenk-dik-dorf, sin un ochavo en la faltriquera, y muerto de hambre y fatiga. Paróse lleno de pesar á la puerta de una taberna, y repararon en el dos hombres con vestidos azules. Cantarada, dixo uno, aquí tenemos un gallardo mozo, que tiene la estatura que piden las ordenanzas. Acercáronse al punto á Candido, y le convidáron á comer con mucha cortesía. Caballeros, les dixo Candido con la mas sincera modestia, mucho favor me hacen vms., pero no tengo para pagar mi parte. Caballero, le dixo uno de los azules, los sugetos de su facha y su mérito nunca pagan. ?No tiene vm. dos varas y seis dedos? Sí, se?ores, esa es mi estatura, dixo haciéndoles una cortesía. Vamos, caballero, siéntese vm. á la mesa, que no solo pagarémos, sino que no consentirémos que un hombre como vm. ande sin dinero; que entre gente honrada nos hemos de socorrer unos á otros. Razón tienen vms., dixo Candido; así me lo ha dicho mil veces el se?or Panglós, y ya veo que todo está perfectísimo. Le ruegan que admita unos escudos; los toma, y quiere dar un vale; pero no se le quieren, y se sientan á la mesa.--?No quiere vm. tiernamente?... Sí, Se?ores, respondió Candido, con la mayor ternura quiero á la baronesita Cunegunda. No preguntamos eso, le dixo uno de aquellos dos se?ores, sino si quiere vm. tiernamente al rey de los Bulgaros. No por cierto, dixo, porque no le he visto en mi ida.--Vaya, pues es el mas amable de los reyes, ?Quiere vm. que brindemos á su salud?--Con mucho gusto, se?ores; y brinda. Basta con eso, le dixéron, ya es vm. el apoyo, el defensor, el adalid y el héroe de los Bulgaros; tiene segura su fortuna, y afianzada su gloria. Echáronle al punto un grillete al pié, y se le lleváron al regimiento, donde le hiciéron volverse á derecha y á izquierda, meter la baqueta, sacar la baqueta, apuntar, hacer fuego, acelerar el paso, y le diéron treinta palos: al otro dia hizo el exercicio algo ménos jual, y no le diéron mas de veinte; al tercero, llevó solamente diez, y le tuviéron sus camaradas por un portento.
Atónito Candido aun no podia entender bien de qué modo era un héroe. Púsosele en la cabeza un dia de primavera irse á paseo, y siguió su camino derecho, presumiendo que era prerogativa de la especie humana, lo mismo que de la especie animal, el servirse de sus piernas á su antojo. Mas apénas había andado dos leguas, quando héteme otros quatro héroes de dos varas y tercia, que me lo agarran, me le atan, y me le llevan á un calabozo, Preguntáronle luego jurídicamente si queria mas pasar treinta y seis veces por baquetas de todo el regimiento, ó recibir una vez sola doce balazos en la mollera. Inútilmente alegó que las voluntades eran libres, y que no queria ni una cosa ni otra, fué forzoso que escogiese; y en virtud de la dádiva de Dios que
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