los techos sobre los cimientos, y los
cimientos se dispersaban, y treinta mil moradores de todas edades y
sexôs eran sepultados entre ruinas. El marinero tarareando y votando
decia: Algo ganarémos con esto. ¿Qual puede ser la razon suficiente de
este fenómeno? decia Panglós; y Candido exclamaba: Este es el dia del
juicio final. El marinero se metió sin detenerse en medio de las ruinas,
arrostrando la muerte por buscar dinero, con el que encontró se fué á
emborrachar; y después de haber dormido la borrachera, compró los
favores de la ramera que topó primero, y que se dió á él entre las ruinas
de los desplomados edificios, y en mitad de los moribundos y los
cadáveres, puesto que Panglós le tiraba de la casaca, diciéndole: Amigo,
eso no es bien hecho, que es pecar contra la razon universal, porque
ahora no es ocasion de holgarse. Por vida del Padre Eterno, respondió
el otro, yo soy marinero, y nacido en Batavia; quatro veces he pisado el
crucifixo en quatro viages que tengo hechos al Japon. Pues no vienes
mal ahora con tu razon universal.
Candido, que la caida de unas piedras habia herido, tendido en el suelo
en mitad de la calle, y cubierto de ruinas, clamaba á Panglós: ¡Ay!
tráeme un poco de vino y aceyte, que me muero. Este temblor de tierra,
respondió Panglós, no es cosa nueva: el mismo azote sufrió Lima años
pasados; las mismas causas producen los mismos efectos; sin duda que
hay una veta de azufre subterránea que va de Lisboa á Lima. Verosímil
cosa es, dixo Candido; pero, por Dios, un poco de aceyte y vino.
¿Cómo verosímil? replicó el filósofo, pues yo sustentaré que está
demostrada. Candido perdió el sentido, y Panglós le llevó un trago de
agua de una fuente inmediata.
Habiendo hallado el siguiente dia algunos manjares metiéndose por
entre los escombros, cobráron algunas fuerzas, y trabajáron luego, á
exemplo de los demas, en alivio de los habitantes que de la muerte se
habian librado. Algunos vecinos que habian socorrido les diéron la
ménos mala comida que en tamaño desastre se podia esperar: verdad es
que fué muy triste el banquete; los convidados bañaban el pan en
llantos, pero Panglós los consolaba sustentando que no podian suceder
las cosas de otra manera; porque todo esto, decia, es lo mejor que hay;
porque si hay un volcan en Lisboa, no podia estar en otra parte; porque
no es posible que no esten las cosas donde estan; porque todo está bien.
Un hombrecito vestido de negro, familiar de la inquisicion, que junto á
el estaba sentado, interrumpió muy cortesmente, y le dixo: Sín duda,
caballero, que no cree vm. en el pecado original; porque, si todo está
perfecto, no ha habido pecado ni castigo.
Perdóneme Vueselencia, le respondió con mas cortesía Panglós, porque
la caida del hombre y su maldicion hacian parte necesaria del mas
excelente de los mundos posibles. ¿Según eso este caballero no cree
que seamos libres? dixo el familiar. Otra vez ha de perdonar
Vueselencia, replicó Panglós, porque puede subsistir la libertad con la
necesidad absoluta; porque era necesario que fuéramos libres; porque
finalmente la voluntad determinada.... En medio de la frase estaba
Panglós, quando hizo el familiar una seña á su secretario que le
escanciaba vino de Porto ó de Oporto.
CAPITULO VI.
_Del magnífico auto de fe que se hizo para que cesara el terremoto, y
de los doscientos azotes que pegáron á Candido._
Pasado el terremoto que habia destruido las tres quartas partes de
Lisboa, el mas eficaz medio que ocurrió á los sabios del pais para
precaver una total ruina, fue la fiesta de un soberbio auto de fe,
habiendo decidido la universidad de Coïmbra que el espectáculo de
unas quantas personas quemadas á fuego lento con toda solemnidad es
infalible secreto para impedir los temblores de tierra. Habian sido
presos por tanto un Vizcayno que estaba convicto de haberse casado
con su comadre, y dos Portugueses que se habían comido un pollo un
viernes, y la olla sin tocino un sábado; y despues de comer se lleváron
atados al doctor Panglós y su discípulo Candido, al uno por lo que
habia dicho, y al otro por haberle escuchado con ademan de aprobar lo
que decia. Pusiéronlos separados en unos aposentos muy frescos, donde
nunca incomodaba el sol, y de allí á ocho dias los vistiéron de un
san-benito, y les engalanáron la cabeza con unas mitras de papel: la
coroza y el san-benito de Candido llevaban llamas boca abaxo, y
diablos sin garras ni rabo; pero los diablos de Panglós tenian rabo y
garras, y las llamas ardian hácia arriba. Así vestidos saliéron en
procesion, y oyéron un sermon muy tierno, al qual se siguió una
bellísima música en fabordon. A Candido, miéntras duró el
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