Candido, o El Optimismo | Page 4

Voltaire
á qué

excesos se entregan las damas por zelo de la religion!
Uno que no habia sido bautizado, un buen anabantista, llamado
Santiago, testigo de la crueldad y la ignominia con que trataban á uno
de sus hermanos, á un ser bípedo y sin plumas, que tenia alma, se le
llevó á su casa, le limpió, le dió pan y cerbeza, y dos florines, y ademas
quiso enseñarle á trabajar en su fábrica de texidos de Persia, que se
hacen en Holanda. Candido, arrodillándose casi á sus plantas, clamaba:
Bien decia el maestro Panglós, que todo estaba perfectamente en este
mundo; porque infinitamente mas me enternece la mucha generosidad
de vm., que lo que me enojó la inhumanidad de aquel señor de capa
negra, y de su señora muger.
Yendo al otro dia de pasco se encontró con un pordiosero, cubierto de
lepra, los ojos casi ciegos, carcomida la punta de la nariz, la boca tuerta,
ennegrecídos los dientes, y el habla gangosa, atormentado de una
violenta tos, y que á cada esfuerzo escupia una muela.

CAPITULO IV.
_De qué modo encontró Candido á su maestro de filosofía, el doctor
Panglós, y de lo que le aconteció._
Mas que á horror movido á compasion Candido le dió á este horroroso
pordiosero los dos florines que de su honrado anabautista Santiago
habia recibido. Miróle de hito en hito la fantasma, y vertiendo lágrimas
se le colgó al cuello. Zafóse Candido asustado, y el miserable dixo al
otro miserable: ¡Ay! ¿con que no conoces á tu amado maestro Panglós?
¿Qué oygo? ¡vm., mi amado maestro! ¡vm. en tan horrible estado!
¿Pues qué desdicha le ha sucedido? ¿porqué no está en la mas hermosa
de las granjas? ¿qué se ha hecho la señorita Cunegunda, la perla de las
doncellas, la obra maestra de la naturaleza? No puedo alentar, dixo
Panglós. Llevóle sin tardanza Candido al pajar del anabautista, le dió
un mendrugo de pan; y quando hubo cobrado aliento Panglós, le
preguntó: ¿Qué es de Cunegunda? Es muerta, respondió el otro.
Desmayóse Candido al oirlo, y su amigo le volvió á la vida con un
poco de vinagre malo que encontró acaso en el pajar. Abrió Candido
los ojos, y exclamó: ¡Cunegunda muerta! Ha perfectísimo entre los
mundos, ¿adonde estás? ¿y de qué enfermedad ha muerto? ¿ha sido por
ventura de la pesadumbre de verme echar á patadas de la soberbia
quinta de su padre? No por cierto, dixo Panglós, sino de que unos

soldados bulgaros le sacáron las tripas, despues que la hubiéron violado
hasta mas no poder, habiendo roto la mollera al señor baron que la
quiso defender. La señora baronesa fué hecha pedazos, mi pobre
alumno tratado lo mismo que su hermana, y en la granja no ha quedado
piedra sobre piedra, ni troxes, ni siquiera un carnero, ni una gallina, ni
un árbol; pero bien nos han vengado, porque lo mismo han hecho los
Abaros en una baronía inmediata que era de un señor bulgaro.
Desmayóse otra vez Candido al oir este lamentable cuento; pero vuelto
en sí, y habiendo dicho quanto tenia que decir, se informó de la causa y
efecto, y de la razon suficiente que en tan lastimosa situacion á Panglós
habia puesto. ¡Ay! dixo el otro, el amor ha sido; el amor, el consolador
del humano linage, el conservador del universo, el alma de todos los
seres sensibles, el blando amor. Ha, dixo Candido, yo tambien he
conocido á ese amor, á ese árbitro de los corazones, á esa alma de
nuestra alma, que nunca me ha valido mas que un beso y veinte patadas
en el trasero. ¿Cómo tan bella causa ha podido producir en vm. tan
abominables efectos? Respondióle Panglós en los términos siguientes:
Ya conociste, amado Candido, á Paquita, aquella linda doncella de
nuestra ilustre baronesa; pues en sus brazos gocé los contentos
celestiales, que han producido los infernales tormentos que ves que me
consumen: estaba podrida, y acaso ha muerto. Paquita debió este don á
un Franciscano instruidísimo, que había averiguado el orígen de su
achaque, porque se le habia dado una condesa vieja, la qual le habia
recibido de un capitan de caballería, que le hubo de una marquesa, á
quien se le dió un page, que le cogió de un jesuita, el qual, siendo
novicio, le habia recibido en línea recta de uno de los compañeros de
Cristobal Colon. Yo por mi no se le daré á nadie, porque me voy á
morir luego.
¡O Panglós, exclamó Candido, qué raro árbol de genealogía es ese! ¿fué
acaso el diablo su primer tronco? No por cierto, replicó aquel varon
eminente, que era indispensable cosa y necesario ingrediente del mas
excelente de los mundos; porque si no hubieran pegado á Colon en una
isla de América este mal que envenena el manantial
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