Candido, o El Optimismo | Page 2

Voltaire
que ��mbos hacian; vi�� clara y distintamente la razon suficiente del doctor, sus causas y efectos, y se volvi�� desasosegada y pensativa, preocupada del anhelo de adquirir ciencia, y figur��ndose que pod��a muy bien ser ella la raz��n suficiente de Candido, y ser este la suya.
De vuelta �� la quinta encontr�� �� Candido, y se abochorn��, y Candido se puso tambi��n colorado. Salud��le Cunegunda con voz tr��mula, y correspondi�� Candido sin saber lo que se decia. El dia siguiente, despues de comer, al levantarse de la mesa, se encontraron detras de un biombo Candido y Cunegunda; esta dex�� caer el pa?uelo, y Candido le alz�� del suelo; ella le cogi�� la mano sin malicia, y sin malicia Candido estamp�� un beso en la de la ni?a, pero con tal gracia, tanta viveza, y tan tierno cari?o, qual no es ponderable; top��ronse sus bocas, se inflam��ron sus ojos, les tembl��ron las rodillas, y se les descarri��ron las manos.... En esto estaban quando acert�� �� pasar por junto al biombo el se?or bar��n de Tunder-ten-tronck, y reparando en tal causa y tal efecto, sac�� �� Candido fuera de la quinta �� patadas en el trasero. Desmay��se Cunegunda; y quando volvi�� en s��, le di�� la se?ora baronesa una mano de azotes; y reyn�� la mayor consternaci��n en la mas hermosa y deleytosa quinta de quantas ex?stir pueden.

CAPITULO II.
_De lo que sucedi�� �� Candido con los B��lgaros._
Arrojado Candido del paraiso terrenal fu�� andando mucho tiempo sin saber adonde se encaminaba, lloroso, alzando los ojos al cielo, y volvi��ndolos una y mil veces �� la quinta que la mas linda de las baronesitas encerraba; al fin se acost�� sin cenar, en mitad del campo entre dos surcos. Ca��a la nieve �� chaparrones, y al otro dia Candido arrecido lleg�� arrastrando como pudo al pueblo inmediato llamado Valdberghof-trabenk-dik-dorf, sin un ochavo en la faltriquera, y muerto de hambre y fatiga. Par��se lleno de pesar �� la puerta de una taberna, y repararon en el dos hombres con vestidos azules. Cantarada, dixo uno, aqu�� tenemos un gallardo mozo, que tiene la estatura que piden las ordenanzas. Acerc��ronse al punto �� Candido, y le convid��ron �� comer con mucha cortes��a. Caballeros, les dixo Candido con la mas sincera modestia, mucho favor me hacen vms., pero no tengo para pagar mi parte. Caballero, le dixo uno de los azules, los sugetos de su facha y su m��rito nunca pagan. ?No tiene vm. dos varas y seis dedos? S��, se?ores, esa es mi estatura, dixo haci��ndoles una cortes��a. Vamos, caballero, si��ntese vm. �� la mesa, que no solo pagar��mos, sino que no consentir��mos que un hombre como vm. ande sin dinero; que entre gente honrada nos hemos de socorrer unos �� otros. Raz��n tienen vms., dixo Candido; as�� me lo ha dicho mil veces el se?or Pangl��s, y ya veo que todo est�� perfect��simo. Le ruegan que admita unos escudos; los toma, y quiere dar un vale; pero no se le quieren, y se sientan �� la mesa.--?No quiere vm. tiernamente?... S��, Se?ores, respondi�� Candido, con la mayor ternura quiero �� la baronesita Cunegunda. No preguntamos eso, le dixo uno de aquellos dos se?ores, sino si quiere vm. tiernamente al rey de los Bulgaros. No por cierto, dixo, porque no le he visto en mi ida.--Vaya, pues es el mas amable de los reyes, ?Quiere vm. que brindemos �� su salud?--Con mucho gusto, se?ores; y brinda. Basta con eso, le dix��ron, ya es vm. el apoyo, el defensor, el adalid y el h��roe de los Bulgaros; tiene segura su fortuna, y afianzada su gloria. Ech��ronle al punto un grillete al pi��, y se le llev��ron al regimiento, donde le hici��ron volverse �� derecha y �� izquierda, meter la baqueta, sacar la baqueta, apuntar, hacer fuego, acelerar el paso, y le di��ron treinta palos: al otro dia hizo el exercicio algo m��nos jual, y no le di��ron mas de veinte; al tercero, llev�� solamente diez, y le tuvi��ron sus camaradas por un portento.
At��nito Candido aun no podia entender bien de qu�� modo era un h��roe. P��sosele en la cabeza un dia de primavera irse �� paseo, y sigui�� su camino derecho, presumiendo que era prerogativa de la especie humana, lo mismo que de la especie animal, el servirse de sus piernas �� su antojo. Mas ap��nas hab��a andado dos leguas, quando h��teme otros quatro h��roes de dos varas y tercia, que me lo agarran, me le atan, y me le llevan �� un calabozo, Pregunt��ronle luego jur��dicamente si queria mas pasar treinta y seis veces por baquetas de todo el regimiento, �� recibir una vez sola doce balazos en la mollera. In��tilmente aleg�� que las voluntades eran libres, y que no queria ni una cosa ni otra, fu�� forzoso que escogiese; y en virtud de la d��diva de Dios que
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