Cádiz | Page 4

Benito Pérez Galdós
consiste en mil mudanzas dolorosas, y el que confía en la perpetuidad de los sentimientos que le halagan, es como el iluso que viendo las nubes en el horizonte, las cree monta?as, hasta que un rayo de luz las desfigura o un soplo de viento las desbarata. Hace dos a?os, mi hija y tú erais dos ni?os desvalidos y abandonados. El apartamiento en que vivíais y la común desgracia, aumentando la natural inclinación, hicieron que os amarais. Después todo cambió. ?Para qué repetir lo que sabes tan bien? Inés en su nueva posición no quiso olvidar al fiel compa?ero de su infortunio. ?Hermoso sentimiento que nadie más que yo supo apreciar en su valor! Aprovechándome de él, casi llegué hasta tolerarle y autorizarle, impulsada por el despecho y por mortificar a mi orgullosa parienta; pero yo sabía que aquella corazonada infantil concluiría con el tiempo y la distancia, como en efecto ha concluido.
Oí con estupor las palabras de la condesa, que iban esparciendo densas oscuridades delante de mis ojos. Pero la razón me indicaba que no debía dar entero crédito a las palabras de mujer tan experta en ingeniosos enga?os, y esperé aparentando conformarme con su opinión y mi desaire.
--?Te acuerdas de la noche en que nos presentamos aquí viniendo del Puerto de Santa María? En esta misma sala nos recibió do?a Flora. Llamamos a Inés, te vio, le hablaste. La pobrecita estaba tan turbada que no acertó a contestar derechamente a lo que le dijiste. Indudablemente te conserva un noble y fraternal afecto; pero nada más. ?No lo comprendiste? ?No se ofreció a tus ojos o a tus oídos algún dato para conocer que ya Inés no te ama?
--Se?ora--respondí con perplejidad--, aquel instante fue tan breve y usted me suplicó con tanta precipitación que saliese de la casa, que nada observé que me disgustara.
--Pues sí, puedes creerlo. Yo sé que Inés no te ama ya--afirmó con una entereza tal que se me hizo aborrecible en un momento mi hermosa interlocutora.
--?Lo sabe usted?
--Yo lo sé.
--Tal vez se equivoque.
--No: Inés no te ama.
--?Por qué?--pregunté bruscamente y con desabrimiento.
--Porque ama a otro--me respondió con calma.
--?A otro!--exclamé tan asombrado que por largo rato no me di cuenta de lo que sentía--. ?A otro! No puede ser, se?ora condesa. ?Y quién es ese otro? Sepámoslo.
Diciendo esto, en mi interior se retorcían dolorosamente unas como culebras, que me estrujaban el corazón mordiéndolo y apretándolo con estrechos nudos. Yo quería aparentar serenidad; pero mis palabras balbucientes y cierta invencible sofocación de mi aliento descubrían la flaqueza de mi espíritu caído desde la cumbre de su mayor orgullo.
--?Quieres saberlo? Pues te lo diré. Es un inglés.
--?Ese?--pregunté con sobresalto se?alando hacia la sala donde resonaba lejanamente el eco de las voces de do?a Flora y de su visitante.
--?Ese mismo!
--?Se?ora, no puede ser!, usted se equivoca--exclamé sin poder contener la fogosa cólera que desarrollándose en mí como súbito incendio, no admitía razón que la refrenara, ni urbanidad que la reprimiera--. Usted se burla de mí; usted me humilla y me pisotea como siempre lo ha hecho.
--Qué furioso te has puesto--me dijo sonriendo--. Cálmate y no seas loco.
--Perdóneme usted si la he ofendido con mi brusca respuesta--dije reponiéndome--; pero yo no puedo creer eso que he oído. Todo cuanto hay en mí que hable y palpite con se?ales de vida, protesta contra tal idea. Si ella misma me lo dice, lo creeré; de otro modo no. Soy un ciego estúpido tal vez, se?ora mía, pero yo detesto la luz que pueda hacerme ver la soledad espantosa que usted quiere ponerme delante. Pero no me ha dicho usted quién es ese inglés ni en qué se funda para pensar...
--Ese inglés vino aquí hace seis meses, acompa?ando a otro que se llama lord Byron, el cual partió para Levante al poco tiempo. Este que aquí está, se llama lord Gray. ?Quieres saber más? ?Quieres saber en qué me fundo para pensar que Inés le ama? Hay mil indicios que ni enga?an ni pueden enga?ar a una mujer experimentada como yo. ?Y eso te asombra? Eres un mozo sin experiencia, y crees que el mundo se ha hecho para tu regalo y satisfacción. Es todo lo contrario, ni?o. ?En qué te fundabas para esperar que Inés estuviera queriéndote toda la vida, luchando con la ausencia, que en esta edad es lo mismo que el olvido? ?Pues no pedías poco en verdad! ?Sabes que eres modestito? Que pasaran a?os y más a?os, y ella siempre queriéndote... Vamos, pide por esa boca. Es preciso que te acostumbres a creer que hay además de ti, otros hombres en el mundo, y que las muchachas tienen ojos para ver y oídos para escuchar.
Con estas palabras que encerraban profunda verdad, la condesa me estaba matando. Parecíame que mi alma era una hermosa tela, y que ella con sus
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