Angelina | Page 9

Rafael Delgado
las
desmañanadas del Colegio.
--¡Que duerma hasta que quiera!--dirían las buenas señoras.--Harto
habrá madrugado en diez años de encierro.
La luz que se filtraba por las junturas del techo y por las hendiduras de
la ventana, alegre y regocijada me hizo dejar el lecho. Fuera resonaba
la escoba cantante de una barredora inteligente, cantaban pajarillos y
cacareaban las gallinas. Un gallo ronco lanzaba, de tiempo en tiempo,
su canto de ensoberbecido sultán.
Presentía yo hermoso día, uno de esos inolvidables días que dan a las
almas de los niños festivo buen humor; uno de esos días que convidan,
a sacudir el yugo escolar para irse por los campos a tenderse bajo los
álamos del río, cabe las ondas murmurantes, cerca de las piedras
cubiertas de musgo, lejos del dómino cetrino e irrascible, lejos de las
coplas del Iriarte, de las discusiones del Foro y de las catilinarias
terríficas; día de los más bellos para salar. Me olvidé de mi edad, me
imaginé que tenía siete años, me persuadí de ello, y me dije:
--Lo que es hoy, me desayuno, y dejo al pomposísimo don Román con
sus odas y sus églogas. ¡Allá se las avenga! Ahora.... ¡Al cerro del

Cristo, a las dehesas del Escobillar, a cortar guayabas en las sabanillas
que bordan las orillas del Pedregoso!
Y, dicho y hecho, en pie. Pronto estuve listo. No procuré cambiar de
traje, y me puse el muy empolvado de la víspera, que me olía a lo que
huelen los caminos de la Mesa Central, a sequedad y tierra estéril.
Cuando entré en el comedor,--¡qué comedor!--una pieza de seis varas
cuadradas, mi tía Pepa, muy risueña y parlera, me esperaba sentada a la
mesa.
--¡Por Dios, Rorró! ¡Quieres que me dé un ataque! Son las nueve, y
aquí me tienes, sin probar bocado, en espera del caballero, mientras
éste duerme como un marqués. Carmen no ha dormido en toda la noche,
pensando en tí, muy contenta de haberte visto. ¡Tiene tu tía unas cosas!
Dice que pronto liará el petate; que ya viniste y que, tal vez, eso nada
más espera Dios para llevársela. Así sucede todos los días; siempre
amargándonos la vida con tristezas, ¡siempre haciéndonos llorar! Pero
¡vaya! a todo esto ni quien piense en el desayuno.... ¡Señora Juana: aquí
estamos ya! ¡El chocolatito! Tú tomarás café con leche, ¿no es eso?
Ustedes los muchachos no gustan ya del chocolate; dicen que es
antigualla. Yo, hijo, como tu abuelo, chocolate y nada más; chocolate
bueno eso sí. Mira, Rorró: a eso sí no puedo acostumbrarme, al
chocolate malo. ¿Comes algo? Dílo, muchacho, que para eso estás en tu
casa. Señora Juana: a ver qué le hace usted a Rodolfo.... ¡Hay que
chiquear al niño!...
La buena de mi tía, no me dejaba hablar. Suelta de lengua, viva,
ingeniosa, era difícil cortarle el hilo una vez que principiaba a hablar.
No bien pidió el almuerzo, siguió diciendo:
--¿Ya sabes que está con nosotros una joven? ¿No la viste anoche?
--Creo que sí....
--¡Muy buena! ¡Muy buena! ¡Cómo un pan de gloria! Y te quiere
mucho.... Parece que te conoció desde que eras así. ¿Te acuerdas qué
travieso? ¿Te acuerdas de cuando rompiste el juego de café de tu tía
Carmen? Me parece que te veo: te fuiste a esconder en la bodega. De

allí te sacamos para que vinieras a comer, y viniste pálido y lloroso.
¡Tú dirás! Por unos cacharros cualesquiera.... Eran de China, y muy
bonitos; pero qué importaba. ¡Todavía se acuerda de ellos tu tía! ¿Por
que te sonrojas? ¡Vaya, hijo! ¿Todavía tienes miedo de que te castigue
tu madrina?
Efectivamente, el recuerdo de aquella diablura me sacaba al rostro los
colores. Se trataba de un precioso servicio de café, de legítima
procedencia chinesca, que mi abuelo compró en un puerto del Pacífico,
a bordo de un navío inglés que volvía del Celeste Imperio. Era el
encanto de la casa. Un día, jugando a la pelota, ¡chas! quedó hecho
pedazos.
--Pues bien, como te iba yo diciendo:--prosiguió mi tía,--es muy buena
muchacha... y te quiere mucho. Las últimas camisas que te mandamos
las hizo ella, y ¡con qué cuidado!
--Dígame usted, tía, ¿quién es esa joven?
--¡Ahora te diré!--e interrumpiéndome, gritó:
--¡Angelina! ¡Angelina! ¡Ven acá!
Y continuó, dirigiéndose a mí:
--Está, con Carmen. Si tú vieras: es muy hábil para todo, muy
hacendosa, o, como dice, señora Juana, ¡muy mujer! Es la alegría de la
casa. Parece un pajarito que a todas horas está cantando. Nos tiene un
cariño, un amor... que.... ¡Si te diga que pareces de la familia! ¡Qué
cuidados con Carmen! Es muy viva, muy sabia; escribe que es un,
¡encanto! Ya conoces su letra; ella escribe cuando yo estoy con la
jaqueca. La pobrecita ha sido muy desgraciada. ¡Dios le dé un buen
marido!...
--Pues... pedírselo
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