Angelina

Rafael Delgado
Angelina, by Rafael Delgado

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Title: Angelina (novela mexicana)
Author: Rafael Delgado
Release Date: June 17, 2005 [EBook #16082]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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ANGELINA ***

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Colección de Escritores Americanos dirigida por Ventura García
Calderón.
XI

ANGELINA
(NOVELA MEXICANA)
POR
RAFAEL DELGADO
Con un estudio preliminar de V. GARCÍA CALDERÓN
CASA EDITORIAL MAUCCI
Gran medalla en las Exposiciones de Viena de 1903, Madrid 1907,
Budapest 1907 y gran premio en la de Buenos Aires 1910.
Calle de Mallorca, 166.--BARCELONA ES PROPIEDAD DE ESTA
CASA EDITORIAL
AL
Sr. D. José M. Roa Bárcena en prenda de respetuosa amistad,
EL AUTOR
[Ilustración]

RAFAEL DELGADO Y SU NOVELA ANGELINA
Con este libro obtuvo el gran novelista mexicano el más sonado éxito;
con él hemos querido propagar en América su nombre[*]. En sus
armoniosas páginas reconocemos un acento nuestro. Allí revive y se
prolonga la musical historia de María.
[Nota *: A la exquisita amabilidad del eminente abogado mexicano,
Don Miguel Hernández Sáuregui, heredero de los derechos del
novelista, debemos la autorización para publicar este libro.]
No sé si, como aseguran cuerdos jueces, volvemos en América al

romanticismo de Espronceda, si otra vez repetiremos el «románticos
somos» de Rubén Darío, del Rubén envejecido y suspirando por la
juventud que se acabó. Retorno encantador que sería solo censurable si
romanticismo significara otra vez el tumulto forense de una poesía
callejera; mas no si regresáramos, por los collados de Bécquer, al
reclamo lunático, al epitalamio triste del ruiseñor y la noche. Son rimas
nuevas algunos cantos de Darío y en ciertas arias de Jiménez, que
sedujeron a América, toda la Sevilla becqueriana está con sus divinos
suspirantes y la guitarra de luto.
En tales libros han aprendido a amar y a delirar nuestras mujeres. Por
ellos son abnegadas víctimas del cruel amor e incomparables amantes.
Son Elviras y no han cesado de ser Julietas. Y en ese coro de vivientes
pasionarias, tan americano, tan nuestro, en la sentimental alegoría de la
poesía sin ventura, yo creo que la mexicana y la colombiana vienen
juntas. La Angelina de este libro está, silvestre y coronada, con
María....
Como la historia de Isaacs, ésta también--según nos dice el autor en el
prólogo--fué «más vivida que imaginada». Alterando apenas ciertas
fechas y ciertos nombres, nos relata una aventura propia. ¿Pueden
acaso, las ajenas, contarse bien? Delgado no lo cree. Dirigiéndose en el
prólogo de Los Parientes Ricos al que leyere, confiesa que «el autor
está siempre en la obra» y que «eso de la impersonalidad en la novela
es empeño tan arduo y difícil que, a decir verdad, lo tengo por
sobrehumano e imposible». El relatará, pues, su aventura y con ella la
de las mocedades americanas y mejicanas hacia 1860, cuando los libros
de nuestro romanticismo tardío enseñan todos la santidad de amar, la
vital necesidad de amar y al mismo tiempo el perenne fracaso de los
idilios, la crispada rebelión de los puños y la fatalista languidez de los
labios que cantan con Leopardi el desposorio del Amor y la Muerte.
Leopardi y Bécquer son los cultos de la adolescencia sentimental de
Rafael Delgado. En 1881, a los veintiocho años, leía estudios sobre
ambos poetas desamparados, en la «Sociedad Sánchez Oropeza» de
Orizaba. El protagonista de Angelina confiesa que sabe de memoria
versos de Justo Sierra y prosas de Altamirano. Pero también conoce

algunas quejas de esa generación mexicana de grandes clásicos. Con tal
lectura se modera y mitiga el moceril romanticismo. Ya su generación
pone el oído a los consejos de la escuela realista. Y la novela La
Calandria que publicara Delgado en 1889, en la Revista Nacional de
Letras y Ciencias, es obra de regionalista y costumbrista. Cuando años
más tarde, dice a su amigo don Francisco Sosa que en el plan de sus
relatos no entra por mucho el enredo, y que para él «la novela es
historia», adivinamos que ha adoptado una idea de los Goncourt
presentida ya en América por don Ricardo Palma.
Acercándose a la historia, llegan estos románticos a la vida; pero en su
pesquisa de la veracidad y el documento se apartan siempre, con
aprensivo ademán, del estercolero de Job en donde Zola prospera y se
solaza. Y porque vienen con Lamartine de un país de azahares y de
lunas de miel, queda en sus personajes una bondad contagiosa, en su
estilo una recóndita y efusiva dulzura
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